literario




Mi programa favorito
¿Qué pensás cuando querés dejar de pensar y que tu cabeza quiera parar un segundo, pero sabés que no va a dejar de girar jamás?
La rima rima con la rima, pero no rima con mi ira, porque mi ira no es poética, es agresiva y la poesía es armoniosa, como el romanticismo, o por lo menos eso es lo que cree. Amor, amor y más amor, pero ¿dónde está el amor? ¿qué es el amor? Se perdió, el mundo perdió el amor y ganó la maldita y asquerosa agresión con dolor y rencor por aquello que pasó.
Todavía no entiendo a la sociedad, sé que mis pocos años jamás lo entenderán y sé que voy a descansar, no sé si en paz, pero descansar de vivir sin saber y entenderla jamás.
Calentamiento global de las cabezas podridas por un individualismo frío que tomó el control como hace un tiempo lo hizo una sola cabeza. Calentamiento global que va a explotar; va a explotar como mi mente en este maldito instante.
Diego pide a gritos escribir, no quiere dejar de mover los dedos, no quiere dejar el manchón dentro de sus cables, no quiere. Diego no puede parar mientras mira a Antonella sentada frente a la televisión hipontizada por esa bazofia que la alimenta a diario. Porque Antonella no come, no habla, no bebe; solo respira, por inercia. Solo porque el cuerpo lo hace sin pedir, lo hace por el nerviosismo. Nerviosismo que carga cada vez que ve a cada uno de los que se pone frente a la cámara. Su corazón late, Antonella no siente amor. Antonella siente frío cuando le apretás el botón rojo a ese puto control. Antonella dejó de ser persona. As una pendiente, una maldita extensión de los rayos inmundos que emana esa asquerosa y televisión. Diego no puede parar de llorar, la ve a Antonella y se da cuenta de que solo es un mueble más. Diego siente amor, amor por algo que se perdió y que jamás entendió, hasta hoy. Porque ahora que no la tiene se da cuenta de ese tierno y romántico pasado. Porque no puede dejar de ver lo que fue y perderse en lo que ve, en esas líneas y cables helados que componen a cada uno que lo rodea. Antonella está perdida. Él quiere reventar y solo ve basura, cuerpos helados y una maldita sociedad esquematizada, capitalista e infecta por la basura de la humanidad, del ser humano y su enfermedad cerebral.
Diego se perdió, tomó sus bolsos y partió.
Y a mi solo me quedan este intento de palabras que no son más que un poco de todo y un poco de nada. Basura prendida en esta maldita caja de cables que tengo frente mio. Basura sin palabras, malas palabras.
Y lo único que te pido es que no toques el control ni me apagues la televisión.









Rezo por vos

Hay neblina, mucha. Casi que me pierdo cual turca. El frío se mete en los huesos y los autos en el camino. Voy al compas de la ruta del tentempié y me empujan, me chocan, caras apuradas que miran enojadas. "A ver, nena, si te apuras un poco", me escupe una señora bajita, cargada de bolsas y una nena de 3, 4 años. La miro y sigo caminando. García sabe tener su ritmo, mi ritmo, el que tengo, el que sigo.
"2 paraguas por 15 pesos... aaa los paraguas", escucho de lejos con Carlos y su piano todavía sonando. La torre gringa, con la neblina que le tapa las puntas, al igual que los rascacielos que estan allá a lo lejos; la estación con imitación a la del primer mundo y la gente que está apurada, cuenta las monedas y vive a las puteadas.
Intento seguir sin pensar, pero es imposible con tanta ironía en la ciudad. Edificamos lo que no somos, pero le mostramos eso al que no sabe, al que no pertenece a este tercer mundo.
La gente camina rapido, preocupada, gritos, puteadas. "¿Por qué no mirás por dónde caminás, pelotuda?", grita con medio cuerpo afuera del auto un taxista a una señorita que se desvió de su camino. La muchacha levantó su dedo mayor y se lo regaló con una linda sonrisa.
"No tenés una moneda?", le samarrea del brazo un pibe a un viejo mientras otros de fondo lo miran con cara, esperando que saque algo del bolsillo. Un gesto negativo con su cabeza, contestó. Quiso seguir caminando cuando ya no era uno solo el que lo samarreaba, toda la bandita de pibes estaban agarrándolo de la campera de cuero, esas de feria, pero que tienen valor. "No pibe, ¿no entendés que no tengo ni un mango?". "No me importa, a mi me das todo lo que tengas si queres volver a tu casa", insitió. El viejo sacó el diario debajo su brazo, lo revoleó por sus cabezas y comenzó a trotar, justo cuando los disparos comenzaron a escucharse. Ni el diario ni el vendedor estaban, pero sí la torre, la estación con su estilo elitista venida a bajo.
Uno menos, desaparecen pero tenemos eso que el resto cree que esta bien, y por dentro, ¿qué hay?
Más sangre fria. Más neblina.